No basta con comunicar lo que ahi sucede. A Ellos les importaba poco lo que pregonábamos públicamente.
Nos analizaban, cada palabra, la mirada, los gestos. Buscaban en nosotros lo que todos buscaban: informacion, pero no la información que sacábamos al aire. Ellos querían saberlo todo, hasta lo que no era necesario saber: los nombres y alias de nuestros comunicadores. “Amigos”, así nos lo referían Ellos; nos preguntaron sobre cada paso que dimos en la selva, lo que vimos: el tamaño de las armas, la cantidad de “revoltosos” que se escondían en el área. Delante de nosotros extendieron un mapa de la zona: desde la carretera a Los Prados hasta el Rio Grande, la selva y la costa; luego nos dieron en la mano algunas tachuelas rojas, preguntándonos: “¿dónde tenemos que buscar?” El silencio no nos abandonó, ni el temor de lo que pudiera sucedernos en los siguientes dias. Sufríamos menos miedo en la helada humedad de la selva, entre fieras y rifles, que en los aposentos de la procuraduría.
De la policía no se puede confiar, mucho menos cuando se trata de asuntos ligados a la aniquilación del sistema que los creó y los mantiene en gorda, como lo era la guerrilla comunista que se escondía entre las serranías, de la cual nuestro grupo de cuatro personas les había servido de buena manera para llevar un mensaje, no al gobierno, que ellos ya todo lo saben -a excepción de los escondites- sino a la ciudadania: las cosas en el lugar no andan bien ¡las cosas en ningún lugar andan bien! Ellos junto con su brazo armado, el ejercito, llegan y se adueñan del bosque, sembradíos, minas y pueblos. Al quitarle su sustento a los pobladores de la zona, les ofrecen el mismo trabajo que hacían, pero esta vez ya los lugares no son propiedad ejidal, sino privada: dejan de pertenecer a la comunidad para pasar a manos de magnates extranjeros que con el pretexto de mayor inversión y progreso, ni se les cobra impuestos ni están obligados a obedecer la Ley Federal de Trabajo. Ese era el mensaje de no pocas comunidades apartadas a kilómetros y montañas del primer buzón de quejas, pregonaban desde hace siglos. Los sujetos armados, nuestros inconfesables amigos que se guarecían en la selva, mantenían una viejísima tradición inamovible que había pasado de generación en generación entre las sombras de los grandes arboles y cuevas, resistiendo no solo al plomo disparado por Ellos; también al ente mas resistente que el hombre haya conocido jamás: el tiempo. Resistían al tiempo, esperanzados en lo que ellos llamaba justicia, igualdad, revolución: cambiar el sistema de raíz y con ello la personalidad del hombre: erradicar del ser social el egoísmo alimentado por el viejo régimen económico. Tal vez suene a chiste, pero es un chiste que los mantenía lejos, apartados de casi toda civilización, rehuyendo de las autoridades y resistiendo al crudo silencio del tiempo.
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